PALESTINA

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Sobrevuelan el horizonte  aviones que bombardean mentiras. Los que no nos guarecemos caemos tergiversados.
No se interrumpe nunca la cortina de fuego de racismo. Bajo su diluvio somos limpiados étnicamente sin manchar a los asesinos.
Obuses de alta tecnología disparan granadas de hipocresía. Ante el bombardeo de saturación caemos eufemizados.
Arremeten los  tanques que  disparan silencios. Aciertan dejando la herida sin alarido  y la  muerte sin solidaridad.
Zumban  los drones que descargan indiferencia. Como moscas caemos sobre las aceras  víctimas de la apatía.
Disparan ametralladoras de insensibilidad. En los hospitales agonizamos los acribillados de desprecio.
Caen las armas de destrucción masiva de la conciencia. Somos arrasados sin que quede  traza de remordimientos.
Cruzan el aire  proyectiles teledirigidos de  complicidad. Al estallar disuelven todo vínculo de humanidad preservando apenas  componendas entre verdugos.
Desde los cuatro horizontes nos ahogan con gases de olvido. Ya no recordamos qué pueblos cayeron antes que el nuestro bajo idénticas  armas, igual agonía.

NO PREGUNTES
Ningún hombre es una isla –decía John Donne- no preguntes por quién doblan las campanas, que están doblando por ti.
No supongas que el genocidio avanza sobre Gaza porque bajo su mar hay hidrocarburos –bajo el suelo que pisas siempre hay algo que justificará que seas convertido en polvo y esparcido por los confines del mundo.
No inquieras si la guerra funciona para la economía o la economía para la guerra –en la fabricación del fósforo que arrasa tu piel está inscrito el tanto por ciento de los beneficios y la tasa de desinterés que calcina tus huesos.
No indagues si sólo la superioridad racial da derecho a exterminar o si sólo el exterminio prueba la superioridad racial –en el tono de tu piel y la salinidad de tus lágrimas está sellada la condena que ejecutará quien necesite robar tu tierra y el aire que respiras.
No calcules si el único placer que te da engendrar hijos para el sufrimiento terminará por vencer a quienes por no sufrir no engendran.
No interrogues si el gigante es invulnerable o si la historia es el recuento de los gigantes que caen –dispara el pequeño guijarro con tu honda ensangrentada y espera.

SUPERMERCADO
Compras el seductor cosmético que lleva el nombre del amor y financias los mecanismos de detección electrónica que prohíben al lugareño el acceso a su propia tierra.
Con el lápiz de labios que te untas contribuyes a la incineración de los enamorados.
Un instante te detienes ante los mostradores de comida rápida cuyas cajas registradoras pagan la muerte acelerada.
Sorbes el refresco gaseoso, y con las burbujas que revientan pagas  bombas que revientan contra tus hermanos.
Entre  estanterías y estanterías compras la gustosa salsa para dar sabor a tus carbohidratos y con ella financias el precio de la bomba de termita que consume la sangre de tu prójimo.
En la sección de modas eliges  trapos que te cubrirán elaborados por las empresas que trabajan en dejar  sin piel al congénere.
En la vitrina llamativa están las lencerías eróticas cuyo precio se traduce en mortajas de fósforo ardiente, los aceites para bebés cuyos réditos adquirirán la gasolina gelatinosa de los incendios.
Estimula la compra el aire acondicionado cuyas cuotas se tradujeron en la tormenta de fuego que calcina los villorrios arrastrando el aire caliente hacia las alturas.
Estratégicamente situada a la salida la boutique informática donde adquieres  el chip cuyas utilidades costean los sistemas de fichaje de los oprimidos, las redes de comunicación de los invasores, los detonadores de las bombas de saturación.
Al final adquieres la impresora con cuyo precio alimentas la construcción de  muros para encerrar los humanos como fieras.
El centavo que pagas por la fruslería que no necesitas perfora la frente del huérfano y el vientre de la madre.
Pasas por caja, esgrimes la tarjeta de crédito que pertenece al banco que pertenece a la trasnacional que pertenece al megagrupo que pertenece al monopolio que  financia proyectiles de fragmentación, bombas incendiarias, proyectiles inteligentes que incineran a tu prójimo.
Más allá está la sección  donde te venden vísceras, tiras de piel, blusas decoradas con uñas, collares hechos con hueso de los niños inmolados.
La máquina desodorizadora borra la putrefacción de todo lo que compras, lo que financias, lo que consumes.

Texto: Luis Britto García.

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo venezolano.